lunes, 27 de julio de 2015

DEBEMOS DEDICARNOS SOLAMENTE A LA PROSPERIDAD

DEBEMOS DEDICARNOS SOLAMENTE A LA PROSPERIDAD
Es indudable que la teología de la prosperidad ha impregnado un gran sector de la iglesia evangélica. Su mensaje que promete riquezas, bienestar y salud encuentra mucha acogida entre creyentes, pero sobre todo atrae a miles de personas no regeneradas. Son muchos los inconversos que se acercan a las iglesias solo por los beneficios que esta teología promete. Es decir, las personas abrazan las falsas promesas de prosperidad, sin nunca procurar arrepentimiento de sus pecados.
Y aunque los males son muchos y diversos, el gran pecado de esta teología es que no tiene un sustento bíblico, y peor aun, usa las Escrituras de una manera irresponsable para justificar el mensaje. Esto es precisamente lo que hace de esta teología algo digno de resistir y denunciar.
En líneas generales el error de la teología de la prosperidad es asegurar riquezas a los creyentes olvidando que la Biblia está llena de advertencias contra el amor al dinero (1 Timoteo 6:10) y a la búsqueda de enriquecimiento (Proverbios 23:4). En este sentido, los predicadores animan a los creyentes a ofrendar y a hacer votos enseñando que la bendición es proporcional al dinero que ofrendan e ignoran que en toda esfera de la vida, solo Dios determina los resultados, la proporción de nuestra bendición y la cantidad que cosechamos (Job 1:21 & 1 Corintios 3:6).
Ademas, esta teología promete bienestar y salud al pueblo. Es decir una vida libre de problemas y de enfermedades. Pero esto también es un error porque la Biblia nunca promete tal cosa y al contrario nos advierte de diversas dificultades y tribulaciones. Jesús dijo “en el mundo tendréis aflicción”; Pedro advirtió que “…es mejor padecer por hacer el bien, si así es la voluntad de Dios…” (1 Pedro 3:17 LBLA). Pablo enseñó que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2 Timoteo 3:12 LBLA) y también el mismo apóstol animó a su discípulo diciendo “Sufre penalidades conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:3 LBLA).
Asimismo, debemos reconocer que los cristianos también nos enfermamos y aunque Dios nos manda orar, él no siempre nos sanará. Prueba de eso es el testimonio de las enfermedades que padecieron Timoteo y Trófimo a quienes Pablo dejó, sin haber recibido sanidad (1 Tim 5:23 & 2 Timo 4:20). El desgaste de nuestros cuerpos y las enfermedades son efectos lógicos e inevitables de la caída que trajo la muerte y corrupción al mundo (Génesis 3 & 2 Corintios 4:16). La expresión completa de nuestra sanidad corporal se experimentará cuándo recibamos nuestros cuerpos glorificados (1 Corintios 15)  pero mientras estemos en esta vida el beneficio de la sanidad, si lo recibimos, solo será temporal.
No obstante, debemos recordar que a pesar que la vida cristiana es una vida de adversidad y aunque no siempre las cosas saldrán como esperamos, el Señor nos dará la gracia para sostenernos (2 Corintios 12:9 & 1 Corintios 10:13), y él mismo usará las dificultades para sus buenos propósitos (Romanos 8:28) y ha prometido estar con nosotros en medio de ellos (Mateo 28:20).
Ahora bien, en este sentido es importante identificar a los pastores y líderes como los primeros responsables de la enseñanza y propagación de esta teología. En muchos sentidos son los líderes quienes marcan las pautas de un pueblo. Y en la iglesia de Cristo los pastores están puestos por Dios para cuidar al pueblo de Dios, alimentarlos con la palabra de Dios y para la gloria de Dios. Lamentablemente el mensaje de la prosperidad no representa los pastos de la sana enseñanza de las Escrituras.
Los pastores darán cuenta a Dios de su ministerio y en gran medida esto tiene que ver con usar bien la “palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). La seriedad de la tarea pastoral en cuanto a la enseñanza la enfatizó Santiago cuando dijo: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más severo”. (Santiago 3:1 LBLA). La enseñanza de las Escrituras es una de las tareas más solemnes y dignas de la mayor reverencia puesto que involucra la mismísima palabra de Dios. Por eso, con gran celo Pablo le dijo a un pastor : “Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra…” (2 Timoteo 4:1-2 LBLA).
Ahora bien, aunque los primeros responsables de este monumental error son los pastores de las iglesias, conviene apuntar algo que creo, hemos ignorado. Y es el hecho de que las Escrituras no asumen que los creyentes son absolutamente víctimas del error y del engaño. Mejor dicho, aunque las falsas enseñanzas son atribuidas a los pastores, el pueblo cristiano es también responsable ante Dios por lo que escucha y lo que cree.
En esta discusión podemos decir que debemos identificar tanto a los predicadores de la prosperidad y también a los oidores. Ambos son parte del engaño. Ambos son responsables. Los líderes por enseñar el error y el pueblo por no confirmar con las Escrituras lo que oye.
Es por eso que ante el error que enseñaron los judaizantes en Galacia, el apóstol Pablo escribió una carta para reprender a los creyentes por haber sido engañados: “¡Oh, gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado a vosotros…” (Gálatas 3:1 LBLA). El apóstol no estimó a  los creyentes de Galacia como víctimas del engaño, sino responsables del mismo.
Asimismo, cuando los creyentes de la ciudad de Berea escuchaban a Pablo, estos recibían la palabra pero “escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:10-11 LBLA). Esta es precisamente la actitud que deberíamos demostrar los cristianos en todo tiempo. Una diligente disposición de verificar con las Escrituras lo que se escucha desde el púlpito. Y lejos de hacerlo con un espíritu crítico y controversial, es mas bien un ejercicio que debe ayudar al creyente a confirmar y a fortalecer sus convicciones.
Hoy en día es terrible ver que los creyentes aceptan todo lo que oyen desde un púlpito aun si no es bíblico. Asimismo es lamentable que los cristianos escriban “Amén” a todo lo que un predicador sube en las redes sociales, aun si esto es un error o una falsa enseñanza.
El creyente debería decir las “Escrituras dicen” en lugar de “mi pastor dice”. El creyente debe ser un estudioso de la Biblia. El creyente debe estar familiarizado con las verdades del Evangelio, no solo para producir una correcta adoración sino también porque en esa medida estará libre del engaño y del error.
Volvamos al estudio serio de la Biblia. El mensaje de las Escrituras no tiene nada que ver con bienestar, salud y riquezas. Mas bien es un mensaje que centra su atención en la persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo. Es un libro de redención. Un libro acerca de Dios. Las Escrituras nos cuentan lo que Dios ha hecho para salvar al hombre de sus pecados y de los ricos beneficios de la cruz: La nueva vida, nuestra justificación, el perdón de los pecados, la adopción, reconciliación, paz con Dios y la esperanza de la vida eterna.
Mi exhortación a todo creyente y pastor es la misma del apóstol Pedro quien dijo: “desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2 LBLA) y que en esa medida nuestros ojos sean abiertos a las riquezas eternas del glorioso Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Seamos diligentes.

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