martes, 28 de julio de 2015

Padrastros y madrastras cristianas

Padrastros y madrastras cristianas

La gran incidencia de divorcios en los últimos años ha provocado un incremento de los hogares constituidos por hijastros e hijastras, es decir, hijos de un solo cónyuge. Lamentablente las familias cristianas no son ajenas a esta realidad. El tema es bastante complejo y amplio como para abarcar toda su extensión en un solo artículo. Sin embargo me gustaría hacer algunas observaciones, y proponer desde una perspectiva bíblica algunos consejos prácticos al respecto.
Entiendo que cada situación es distinta, y que cada familia presenta un desafío diferente. En algunos casos, la pareja ha sabido comunicarse, trabajar en común y han enfrentado los desafíos con madurez cristiana, pero en otros, el tema se convirtió en una crisis, atentando contra la unidad del matrimonio y del núcleo familiar.
Aquí cuatro aspectos importantes para los padrastros y madrastras cristianos.

Primero

Los cónyuges deben asumir todas las cuestiones concernientes a la crianza de los hijos. Los esposos no deben desentenderse de los hijos del cónyuge. Hacerlo sería escapar a un compromiso y a una responsabilidad que adquirieron cuando se casaron. Las parejas deben honrar el voto que hicieron ante Dios de permanecer juntos en las buenas y en las malas. Por eso el rey Salomón advertía diciendo: “Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos” (Eclesiastés 5:4). La crianza es una tarea que demanda y requiere la participación deliberada y comprometida de ambos. No en vano el mismo Salomón destacaba las ventajas de trabajar en equipo cuando decía: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo” (Eclesiastés 4:9)

Segundo

Los padres deben tratar a todos los hijos -los propios y los del cónyuge- por igual. No se deben hacer distinción con los hijos en cuanto a provisión, cuidado, atención y aun en las muestras de afecto. Todos deben ser tratados por igual. En la medida de lo posible, todos deben recibir el mismo amor, cuidado y afecto. Hacer lo contrario, sería una forma de rechazo que luego se transforma en resentimiento, inseguridad y amargura en los hijos. En un contexto diferente, el apóstol denunció la inclinación de algunos cristianos por tratar mejor a los ricos en perjuicio de los pobres. Por eso advertía diciendo: “pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado” (Santiago 2:9). Sin embargo, es evidente que no hacer acepción de personas es un principio fundamental para la salud y el fortalecimiento de las relaciones interpersonales.

Tercero

Los padres deben demandar de los hijos respeto hacia el otro cónyuge. El mandato que Pablo le da a los hijos es “obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor”(Colosenses 3:20). Ahora bien, aunque el apóstol se dirige a los hijos, los padres deben asegurarse que ellos lo están cumpliendo debidamente. Esto quizás puede generar un poco de conflicto si no se hace con sabiduría y prudencia. Sin embargo creo que es necesario puntualizar que la primera muestra de respeto se debe exhibir entre los esposos, para luego exigirla de los hijos.

Cuarto

Cuando las cosas no están saliendo bien, los cónyuges deben hablar del tema con madurez. Los esposos deben conversar de la situación y ponerse de acuerdo para sobrellevar la crianza y educación de los hijos. Esto debe hacerse en un momento prudente (Proverbios 15:23), con gracia (Colosenses 4:6), con espíritu conciliador (Proverbios 12:18),  y sobretodo se debe vencer la tentación a defenderse o de hacerse las víctimas. Para el efecto, habrá que dejar de lado las susceptibilidades, los rencores, las excusas, el orgullo y la inmadurez. En esos momentos se requiere de la templanza y de la mansedumbre para resolver los conflictos. La buena comunicación es necesaria para la salud de las familias.
No obstante, cuando una situación con los hijastros se sale de control, los esposos deben ser responsables de reconocer sus limitaciones y la necesidad de ayuda. En este sentido, sería muy importante hablar con los pastores, ancianos y líderes de su iglesia para ser aconsejados y acompañados en el proceso. Aun si uno de los cónyuges no es creyente o no demuestra interés en el tema, usted no se rinda, haga su parte y Dios se encarga del resto. No caiga en provocaciones y enfóquese en su responsabilidad.
Para terminar, debo recordarles que la unidad de una familia, no es una gracia que se recibe sin esfuerzo alguno. Al contrario, la unidad de una familia es el resultado de un trabajo consciente y comprometido de ambos cónyuges. La unidad y la armonía es el producto inevitable de humillarse, de ceder, de callar y de intentarlo hasta que Dios sea glorificado. Jesús enseñó un principio que también aplica a la esfera de la familia: “si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer” (Marcos 3:25).
Muchos son los testimonios de hogares con hijos de uno de los cónyuges quienes con sabiduría, esfuerzo y amor han podido hacerle frente a circunstancias incómodas y adversas.
Muchos son los cónyuges que han sabido comunicarse y ponerse de acuerdo. Cuando las parejas quieren glorificar a Dios amando al prójimo, entonces las relaciones son sanadas y las familias edificadas, sencillamente porque el amor “no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:5-7 RVR60).

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