¿Debo forzar a mis hijos a ir a la iglesia?
Mi hijo no quiere ir a la iglesia. A mi hija no le interesa la iglesia. ¿Los debo forzar a que vayan? ¿Como logro que mis hijos asistan a la iglesia? ¿Deben los padres forzar a los hijos a ir a la iglesia? Si usted es un padre o una madre de familia, seguramente se ha hecho alguna de estas preguntas. Quizás está luchando con una situación similar o ha conocido de una familia o hermanos en la fe, que están atravesando por estas circunstancias.
La verdad es que cada caso es diferente. Por ejemplo, una cosa es que un niño de cinco, seis o siete años no quiera ir a la iglesia y otra que tu hijo adolescente se rehúse a lo mismo. Son dos contextos diferentes. Dos problemas diferentes. Por eso, es mejor mirarlo desde una perspectiva bíblica y desde allí tomar la dirección con sabiduría, responsabilidad y prudencia, según corresponda.
La biblia dice que si creemos en Jesucristo, seremos salvos nosotros y nuestras casas (incluyendo a nuestros hijos). Esta promesa debe ser la base de nuestra convicción, cuando estamos hablando de criar a nuestros hijos en la fe. No obstante, esta promesa no nos exime de las responsabilidades como padres, de educar, guiar e instruir a nuestros hijos en las cosas de Dios. Y como parte de esta enseñanza, es que ellos asistan junto a nosotros a la iglesia. Explicándoles que es un deber para con Dios, pero también recalcando los beneficios que recibimos cuando nos congregamos. Esto hay que hablarlo con ellos y no solo regañarlos. Hoy en día, la relación que muchos padres tienen con sus hijos, es una relación correctiva más que de afecto, comunicación e instrucción. Todo es un regaño. Cuando la biblia misma nos enseña a instruir al niño en su camino. Sobre enfatizamos en sus errores y defectos, pero no hacemos lo mismo en sus puntos fuertes y en las cosas positivas.
Sin embargo, es nuestra obligación como padres asegurarnos que nuestros hijos asistan a la iglesia. Pero cuando uno de ellos se rehúsa a ir, los padres debemos entender que mas allá de no querer congregarse, hay algo en su corazón y en su forma de pensar, que los está llevando a resistirse. Muchas veces, la negativa no es contra Dios ni la iglesia, sino contra los padres. Aunque duela. Y ellos no lo van a decir, a menos que nosotros como padres tengamos una conversación abierta con ellos, para escucharlos y saber lo que está en sus corazones. Solo así sabremos como guiarlos.
Cada edad es distinta. Mientras más pequeños son, más fácil es. Mientras son niños debemos forzarlos, si es necesario, pues los padres están a tiempo de imponer su autoridad, tan necesaria para la crianza de un niño. Pero cuando llegan a la edad de la adolescencia, los padres debemos ser sabios y prudentes, sin perder la firmeza. Algunos tendrán que hablar, por que el desinterés por la iglesia, es solo un síntoma de algo más profundo que llevan en su interior. Sea como sea. Es una tarea que debemos tomar en serio, sin esquivar nuestra responsabilidad. Es mejor hacerlo mal en el intento (pues algún día lo apreciarán) que la apatía e indiferencia de algunos padres, que por evitar la incomodidad de la confrontación, se excusan asegurando que prefieren darles la libertad de escoger (como si supieran que es lo mejor para ellos).
Por lo tanto, siempre debemos orar por nuestros hijos, amarlos, cuidarlos, fomentar una atmósfera de comunicación abierta, educarlos, enseñarles el temor de Dios y ser ejemplos delante de ellos. A partir de allí, descansemos en las promesas de Dios para nuestros hijos, porque al fin y al cabo, son de El.
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