lunes, 27 de julio de 2015

Si se van de tu iglesia, siguen siendo tus hermanos

Si se van de tu iglesia, siguen siendo tus hermanos

El otro día una amiga de la familia me comentaba la experiencia que tuvo después de haber tomado la dolorosa decisión de cambiarse de iglesia. Ella nos contó que se había encontrado con unos hermanos de la congregación a la que pertenecía, pero la reacción de estos últimos -cuando la vieron- la dejó triste y confundida, sobretodo por qué ella los considera como amigos. El saludo que los hermanos le dieron, decía ella, fue muy formal, frío y hasta fingido. Esto la dejó preocupada y a mi también. Con tristeza, mi amiga me preguntó ¿porqué algunos creyentes se comportan así?
He escuchado esta historia en varias oportunidades y seguramente usted también. Cristianos que se vuelven indiferentes y hasta hostiles hacia los hermanos que por distintas razones se fueron a otras iglesias. Debo reconocer que no siempre se justifica cambiar de congregación, pero en otros casos el cambio es necesario e inevitable. Pero ya sea por razones legítimas o no, la realidad es que los creyentes cambian de Iglesias y por eso, creo pertinente recordarnos algunas verdades de la palabra de Dios con respecto al tema:

1. Pertenecemos al mismo cuerpo

Aunque nos congregamos en diferentes iglesias, todos los creyentes somos miembros del mismo cuerpo. Pablo les dijo a los romanos “así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:5). Esta analogía que el apóstol usó para describir la naturaleza de la iglesia es muy reveladora y nos ayuda a entender que hay una interdependencia entre los creyentes, tal como la que hay entre los miembros del cuerpo humano. Mejor dicho, aunque somos distintos, estamos unidos y en un sentido dependemos los unos de los otros por qué Dios nos ha colocado en un solo cuerpo: la iglesia de Cristo.

2. Pertenecemos a la misma cabeza

Esta segunda verdad se deriva de la anterior. Cuando Pablo le está dando instrucciones a los esposos cristianos de Efeso les dice que “Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo…” (Efesios 5:23). Esto nos recuerda que todos los creyentes, al margen de la iglesia local en la que nos congregamos, pertenecemos a la misma cabeza. Nuestra vida y crecimiento provienen de la misma fuente y los cristianos dependemos y estamos bajo esa única autoridad que es Cristo.

3. Tenemos mucho en común

En la misma carta a los Efesios, el apóstol exhorta a los creyentes diciendo “esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3 LBLA). Luego desde el verso 4 al 6, Pablo pasa a describir cuales son las verdades que componen esa unidad:
-Un solo cuerpo y
-Un solo Espíritu,
-Una misma esperanza de vuestra vocación;
-Un solo Señor,
-Una sola fe,
-Un solo bautismo,
-Un solo Dios y Padre de todos… (Efesios 4:4-6 LBLA)
Esto quiere decir por ejemplo, que al tener una misma esperanza, los creyentes estaremos juntos por la eternidad en los cielos; que tenemos el mismo Espíritu que nos dio vida y ahora nos santifica; que tenemos el mismo Señor a quien servimos y que somos hijos del mismo Padre, etc. Por lo tanto, los creyentes estamos llamados en todo momento a guardar y preservar la unidad del Espíritu pues tenemos muchas cosas en común.
Debemos guardarnos de una actitud ‘sectarista’, pensando que aquellos que se van de nuestras iglesias se convierten en extraños y enemigos. Entendemos que al cambiarse de iglesia, el grado de comunión no será el mismo, pero el hecho de que un creyente se vaya a otra congregación no justifica una actitud de rechazo, repudio e indiferencia por parte de los hermanos que se quedan. Una actitud así dista mucho del carácter cristiano y de la visión que Pablo tenia de la iglesia.
Las constantes exhortaciones de nuestro Señor y de los escritores del Nuevo Testamento, están orientadas a fomentar el carácter piadoso, la compasión, la misericordia y el amor fraternal. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” decía Jesús. “Soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” decía Pablo. Santiago por su parte decía que la sabiduría divina es “pacífica, amable, benigna, llena de misericordia…sin incertidumbre ni hipocresía” (Stgo. 3:17). Y el apóstol Juan quizás fue quien mas abundó sobre el tema y lo resumió con firmeza diciendo: Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano. (1 Juan 4:20-21).
Por eso, los creyentes debemos ser intencionales en el amor y la misericordia que dispensamos a otros hermanos. No es correcto desechar, repudiar y tratar como extraños o enemigos a quienes abandonan nuestras iglesias. Que Dios nos guarde de una actitud así.
Que en todas nuestras relaciones y en nuestro trato con lo demás se pueda evidenciar el carácter de Cristo. Debemos recordar que todo debe ser hecho de corazón como para el Señor y no para los hombres (Col 3:23). Si Cristo amó a Su iglesia y se entregó a sí mismo por ella (Ef 5:25), entonces pidamos al Señor que nos conceda su gracia para también amar a Su iglesia, para la edificación del reino de los cielos, para nuestro provecho y para la gloria de Dios.

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